Una vida oculta (A hidden life)

Una vida oculta (A hidden life)

Estamos en la última historia que nos relata Terrence Malick, el cineasta de la trascendencia. En medio de hermosos paisajes de montaña, de intenso color verde, la cámara nos acerca a la familia de Franz y Fani, y sus tres niñas, en una pequeña aldea austriaca de agricultores y pastores. Las escenas variadas de su vida cotidiana nos emocionan: trabajan, conviven, juegan, son felices, se abrazan, se relacionan con los vecinos, con cariño, paz y empatía.

Luego aparecen imágenes en blanco y negro del inicio de la guerra, en 1939,  del auge del nazismo con Hitler al frente, y de soldados oficiales  apostados también en Austria. Franz no sólo no está de acuerdo con la guerra, sino se opone a jurar lealtad a Hitler y a los valores nazis; se opone en conciencia, por fidelidad a lo que cree.   “Arrasamos ciudades por la noche, matamos inocentes, y rezamos los domingos. ¿Qué pasa con nuestro país?”. A partir de ahí, ya nada será lo mismo para  él  y su familia.

Franz no es un héroe que protesta y lucha en contra, o que pretende cambiar la situación con sus acciones;  es simplemente un hombre que quiere ser fiel a su conciencia, y decir no a lo que atenta a sus creencias, a lo que él cree que va contra la humanidad, y a lo que su fe le pide para seguir a Jesucristo y su verdad. Toda la película es la historia de esta fidelidad amorosa: fidelidad a sí mismo, a su familia, a su pueblo, a Dios. Un amor fiel vivido en la misma existencia cotidiana, sin grandes acciones ni desplantes, sólo lo que la realidad le vaya  pidiendo. Y  le exigirá mucho, incluso la vida. Pero también el sacrificio de dejar sola a su familia, a merced de las humillaciones y el desprecio de sus paisanos. En 1943, Franz es llevado preso a Enns y luego a Tegel, Berlín, para ser juzgado como traidor a la nación.

La película ahonda en la vivencia de ese año de prisión, a través de los encuentros y juicios con las autoridades, las cartas a la esposa, y los recuerdos felices de la vida. Entonces, en medio de la incertidumbre y del sufrimiento, va surgiendo aquello que da sentido, profundo sentido y esperanza, aunque los demás no lo entiendan o no lo vean. Es lo invisible para otros, pero no para Franz. Son todos los momentos vividos de felicidad y de belleza, que le dan verdad y sostén en medio de la fealdad y la maldad del momento histórico. Así, la felicidad de aquel viaje en motocicleta para encontrarse por primera vez con Fani: la cámara toma el plano de Franz conduciendo la moto hacia el horizonte, perfectamente compuesto en un equilibrio de simetrías; un horizonte que se abre camino entre la montaña y que se toca con una luz grande e inagotable que lo acoge, a él tan pequeño. Ese recuerdo emocionado es para Malick, el director, la capacidad de abrazar la trascendencia en medio de la simple cotidianidad. Como lo son también, las imágenes de los campos, las cañadas, los montes, el cielo, -todo filmado con un gran angular-, porque la vida sigue ahí exuberante y generosa a pesar de toda nuestra mezquindad y violencia.

También las tomas en que el protagonista en prisión levanta la mirada al cielo y se llena de una luz que lo acaricia y le da esperanza. Conducida así la mirada hacia el infinito, lo divino no se muestra en primer lugar como salvación sino como fortaleza, como reconciliación,  como paz. Franz puede así rezar en la prisión: “El Señor me conduce a fuentes tranquilas y repara mis fuerzas… Aunque pase por un valle tenebroso, nada temo, porque Tú estás conmigo” (Salmo 23), y también: “Para ti, la tiniebla no es oscura, y la noche brilla como el día” (Salmo 139, 12).

Son conmovedoras las palabras que escribió el Franz histórico en la última carta a su esposa Franziska: “También doy gracias a nuestro Salvador porque he podido sufrir por él. Confío en su infinita misericordia. Espero que me haya perdonado todo y que no me abandone en mi última hora… Sigan sus mandamientos; con la gracia de Dios, pronto nos volveremos a ver en el cielo”. Y las palabras de ella: “Te amo y estoy contigo en lo que venga”.

Franz Jägerstätter fue sentenciado a muerte por el Tercer Reich y murió en la prisión de Brandenburgo el 9 de agosto de 1943, a la edad de 36 años. El Papa Benedicto XVI declaró su beatificación como mártir de la fe, la que tuvo lugar en Linz, el 26 de octubre de 2007. En la ceremonia estuvieron presentes su viuda, de 94 años, y sus tres hijas.

El film obtuvo el premio SIGNIS en Cannes en mayo de 2019. Terrence Malick toma el título de su película de Middlemarch: Un estudio de la vida en provincia, una novela de George Eliot (seudónimo de Mary Anne Evans), publicada en 1874, cuando dice: “Mejorar el mundo depende, en parte de hechos no consignados por la historia…, de personas que vivieron fielmente una vida oculta, y descansan en tumbas no visitadas”.

Malick logra en A Hidden Life una oda al hombre sencillo y anónimo, al hombre fiel a sus convicciones, al hombre que ama lo que cree, en medio de una sociedad –también la nuestra- de la apariencia, de la intrascendencia, de la intolerancia (incluso entre los católicos, como vemos en el filme). Con su estética tan cuidada, Malick confiesa su esperanza en que, a pesar de todo, cuando andamos tan perdidos por ideologías y la incertidumbre,  la belleza de la creación nos sigue abrazando en cada uno de los momentos en que alguien ha sabido vivir con sentido una vida ordinaria. Esos recuerdos nos reconcilian como humanidad.

Luis García Orso, S.J.

México, julio 20 de 2020

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